Roland la prendió del cuello sobre los azulejos color esmeralda que recubrían la pared de la cocina, justo en el hueco que días atrás había ocupado una vieja nevera. Sus brazos estirados alzaban a Eve por encima de su cabeza y sus ojos encendidos en sangre reconocían la sutil fragilidad de la línea que separa la vida de la muerte. Pero aún en ellos reconocía los mismos ojos pardos afligidos de Evangeline, aquella mujer con la que el destino lo cruzó inesperadamente dos años atrás en un pub neoyorquino y que, sumida en la cálida confianza que solo el whisky y la oscuridad podían ofrecerle, se le acercó decididamente para robarle un beso y desaparecer entre la multitud hacia la puerta como si de un espejismo se tratase. Quedó petrificado. Nada ni nadie antes le había causado tal impacto en tan poco tiempo. Roland decidió partir en su búsqueda: sabía que la típica veinteañera con vaqueros azules rasgados, camiseta negra, pañuelo al cuello y cerveza en mano sería el elemento más común tanto dentro como fuera del pub, pero por algún motivo necesitaba saber más sobre aquella misteriosa mujer que le había robado algo más que un beso. Su sorpresa fue mayúscula al buscar durante quince minutos y no encontrar a la chica exacta. Aunque no desistiría. Sabía que la reconocería con solo verla, con solo ver sus ojos…
Esos ojos que miraba ahora de cerca, abiertos hasta el extremo en una lucha por volver a tomar aliento. No sabía por qué lo hacía. Pensó que si no volvía a ver su sonrisa de nuevo acabaría con el problema, borraría de su historia el negro trazo que ella dibujó. Intentaba de esa manera recuperar el tiempo perdido, hacer frente a todas las horas desperdiciadas imaginando un efímero futuro juntos que ahora se volvía un espejismo. ¿Quién no se iba a sentir traicionado si había entregado hasta su última gota de sudor por alguien y sólo había perdido el tiempo? Roland apretaba más y más, a pesar de la sangre que brotaba de su antebrazo donde Eve tenía sus uñas clavadas. Ya no había marcha atrás para él, todo estaba sentenciado. Eve debía morir ahí mismo, con sus propias manos...
(Q)