La vida, en sí misma, no es más racional que una partida de Monopoly. En el juego, todos damos vueltas alrededor del tablero deseando, esperando que se cumplan nuestros deseos y los dados nos entreguen la posibilidad de comprar calles, conseguir dinero, generar poder. Al fin y al cabo, el destino que tanto se empeñaba Sara en planear le era totalmente esquivo. Nunca pudo pensar que allí, plantada en el altar por el que había sido su amor durante trece años, no iba a derramar ni una sola lágrima y lo único que pudo esbozar fue una sonrisa. Y ahí, había comprendido todo el significado de la mítica frase "me encanta que los planes salgan bien": y es que la mayoría de veces no salen bien.
Ahora, delante de toda aquella gente, Sara se vio reflejada en todos los sueños y aspiraciones que desde su más cercano entorno le habían ido trazando y con los cuales luchaba a diario. Su madre, que miraba al cielo con una mueca entre enfado y desmayo, siempre le había repetido que las buenas mujeres son las que saben llevar un hogar adelante, con su marido e hijos. No había mejor ejemplo que ella: madre de cuatro hijos que apenas llegaba a fin de mes. Su padre, sin embargo, se encaminaba hacia la puerta con gesto de enfado en busca del nóvio prófugo: su dignidad, por supuesto, estaba en juego junto con la de su hija y la de su familia. "Una afrenta semejante no se puede quedar sin su correspondiente y merecido castigo" ponía en su mente Sara al tiempo que lo veía desaparecer junto con sus dos hermanos. Su hermana Claudia, sin embargo se acercaba al altar mirando de reojo a sus hijos que ya saltaban desde su banco con gritos incomprensibles de sorpresa. Y el resto del auditorio murmuraba sobre posibles rumores de celos, engaños y pillerías varias que pudieran haber pasado en las semanas anteriores. Porque claro, en los pueblos todo es sabido por todos, sea o no sea verdad.
Al ver dicha escena Sara sonrió con una de esas sonrisas sinceras, como aquella persona que se ha quitado un peso de encima. Y decidió comenzar a andar sin decir palabra, lenta y serenamente hacia la puerta ante la atenta mirada de la multitud. E imbuida por el momento se descalzó, porque nunca había sentido que llevara cómodos esos zapatos tan ajustados. Y el velo voló junto con los pendientes. Ya eran innecesarios. Y antes de cruzar el umbral los asistentes pudieron ver también parte del vestido arrastrar por el suelo intuyendo que solamente quedaban el corpiño y su ropa interior en su sitio. Y ya nadie volvió a verla en el pueblo, ni siquiera sus padres.
Su habitación estaba vacía cuando volvieron a casa; habían tenido que atender a los invitados de la fiesta. Ya no quedaba ropa alguna. Se había llevado sus fotos consigo y había dejado atrás su móvil y una nota: "Familia, hoy comienza mi nueva vida. Me voy a la deriva, me guía la libertad. Gracias por estos maravillosos treinta años. Os quiero"
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