¡Miau! ¡Miaaaau!
Rayo despertó inquieto ayer, viernes, como si presintiera que algo malo iba a pasar. No actuaba normal. Incluso de cachorro nunca había amanecido maullando tan alto y tan desesperadamente aunque estuviera solo, y ello me preocupó. Aunque nunca hubiera esperado que un gato pudiera ver el futuro con tanta claridad...
Para los que no lo conozcáis, Rayo es el rey de la casa y desde su más tierna infancia mi más fiel confidente. Llegó cuando apenas cabía en la palma de la mano y desde entonces ha compartido techo y comida con nosotros. Como gato que es, le gusta que le mimen pero no que le cojan; suele ser bastante pasota cuando se le presta atención. En cierta manera me recuerda a mi adolescencia, en la que mis prioridades no eran siempre las que más me convenían. Pero mi compañero no es ruidoso, no le gusta ser el centro de atención, solamente cuando es la hora de comer en la cual detiene, si debe, el mundo entero para hacer notar que le falta su alimento. O bebida. En fin, Rayo es todo un personaje de gato.
No, no era normal escuchar a Rayo a las cinco de la mañana, y menos que entrara a la carrera y se subiera a la cama con solo abrir la puerta de la habitación. Definitivamente estaba raro, pero pensé que no sería más que el frío invernal inglés que lo había desvelado así que lo acaricié y estaba caliente, más que de costumbre y con una respiración acelerada. Lo atraje hacia mí para tranquilizarlo mientras volvía a meterme entre las sábanas y se me quedó mirando sentado junto a mi pecho. Por sorpresa, me lamió la mano dos veces, me miró a los ojos y se reclinó junto a mi brazo donde se durmió. Nos dormimos.
Lo siguiente que recuerdo fue una llamada a las siete y veinticinco. O algo más tarde, no lo recuerdo bien, no tuve tiempo de cogerla. Decididamente el mundo quería que yo me levantara de aquella cama...
(Q)