¿Nunca has imaginado cómo sería tu vida si todos a cuantos conoces pensaran que nunca conseguirás hacer algo que merezca la pena? Con esa sensación abría los ojos Roberto cada mañana, esperando poder sobrevivir otro día más sin complicaciones. No era un chico de muchas palabras: quizá, en parte, porque Roberto era consciente que la gente está demasiado ocupada en sus propios problemas como para prestar atención a los problemas de los demás. "Vivimos en un mundo egoista. Todos estamos solos..."se repetía.
Su desayuno se había convertido en rutina. Lo más interesante de su día ocurría de camino al colegio, donde se reunía con Érika para caminar juntos al colegio. Érika... Le gustaba la manera que tenía de hablar hasta por los codos, con todo el mundo, pero especialmente con él. Hacía mucho tiempo que se conocían pero desde que ocurrió aquello seis meses atrás su relación se había vuelto más estrecha y prácticamente era la única persona con quien Roberto contaba de verdad en el instituto, aunque solo fuera una recién llegada y él estuviera en puertas de la selectividad. En cierta manera, Érika tenía un aire de inocencia que impregnaba todo cuanto tocaba y eso a Roberto le gustaba, especialmente cuando se quedaba embobado mirándola mientras ella practicaba ballet de camino a clase. La quería mucho, como si de su propia hermana se tratase.
Del resto del mundo poco hay que decir. Nadie se acercaba a él después del incidente, incluso los mismos profesores murmuraban por los pasillos. Se había convertido dentro del instituto en una sombra de la que huir, y así se sentía. Ya no disfrutaba de las clases, ya no compartía los recreos con nadie y con el paso de los días sus ojos ya no buscaban siquiera una mirada furtiva. Había tocado fondo, ya no había nada que hacer...
(Q)