Cuando tu cuerpo se encuentra dentro de la circunferencia que describen mis brazos, la vida me sonríe un poquito más. Y las sábanas se pegan a mi espalda, y el tiempo se detiene. Y me veo a mí mismo inspeccionando cada uno de tus lunares, acariciando cada uno de tus pelos, contando cada uno de tus suspiros mientras los primeros rayos de sol atraviesan el minúsculo espacio que dejan nuestras tupidas cortinas. Y tú, indiferente, duermes como si nadie estuviera cuidando tu sueño, velando tu descanso, revisando que tu letargo no sea más que pasajero, esperándote de vuelta en el mundo real. Y sonrío, porque sé que en cualquier momento te darás la vuelta y me mirarás con una sonrisa tímida, como las que solo tú puedes dedicarme, que harán que todos estos miles de segundos en vela hayan valido la pena. Me enamora mirarte cuando duermes...
El teléfono sonó encima de la mesa de la cocina cuando Jacques observaba a Anaïs dormida junto a él. Bostezando consiguió incorporarse, miró atrás y apoyándose con su mano en la mesita intentó levantarse sin despertarla. Todavía notaba los efectos del alcohol que tomó anoche, pero nada comparable a la felicidad de por fin tener a la chica de la que tanto tiempo llevaba prendado durmiendo a su lado. Con un torpe movimiento de mano agarró el teléfono, descolgó y antes de enunciar ninguna palabra tomó asiento:
- ¿A quién se le ocurre llamar a las seis de la mañana un domingo? - soltó con tono malhumorado
- Jacques, tienes que venir, rápido. No te lo puedo explicar por aquí, es mejor que lo veas tú mismo. El chino nos la ha jugado - se escuchó con voz temblorosa desde el otro lado del aparato -. Te veo a las 7 en la cafetería esa de los churros largos. Se nos ha ido todo a la mierda, todo a la mierda...
Cabizbajo, Jacques volvió a poner el teléfono sobre la mesa de la cocina mientras miraba de reojo hacia la habitación. ¿Qué iba a pasar con aquella chica ahora? ¿Qué excusa le iba a dar para salir corriendo a esas horas? Durante unos segundos se sorprendió mirándola de nuevo en silencio, al tiempo que se vestía con pantalones vaqueros y camisa blanca sabedor de que desaparecer de repente, otra vez, no iba a ser del agrado de su invitada. Chaqueta en mano escribió una nota en papel y preparó algo de desayuno encima de la mesa de la cocina, tomó las llaves de su Land Rover y salió de aquel apartamento.
A las 7.51 entró Jacques al lugar donde sólo pudo reconocer dos figuras. La primera correspondía al dueño del local, que inmediatamente preparó un café y dos churros y se los ofreció con una sonrisa de buenos días. La segunda, sentada en la mesa del fondo, vestía una gabardina color oliva y guantes de piel, atuendo impropio de París durante el mes de Septiembre. En seguida Jacques reconoció la gravedad de la situación y, sin mediar palabra alguna, tomó asiento silenciosamente, bebió de un sorbo el café y levantó la mirada para encontrar los ojos de Arnaud:
- ¿Dónde está el fiambre?
- Se nos ha ido Jacques, se lo ha llevado todo - balbuceaba aquel hombre de la gabardina -. Nos pillaron por sorpresa cuando íbamos a hacer el trato y tomaron a Bernie de rehén, lo metieron a un coche mientras se iban y... - sus ojos rojos se tornaron cristalinos - Se han llevado la pasta y lo han cosido a balazos. Son unos...
- Bernie... - miraba fijamente la taza vacía Jaques - No te preocupes, iré yo a decírselo a su familia. ¿El cuerpo...?
- Sí, te llevaré allí. Vamos.
El rostro de Jacques se había vuelto más serio que antes. Bernie y él habían crecido juntos en el mismo barrio y eran amigos desde pequeños. Ahora, por culpa de sus negocios, el chino había liquidado a Bernie y además se había llevado el dinero. Jacques sabía que el chino era importante en los bajos fondos, por lo que no ganaría nada enfrentándose directamente a él. Necesitaba más gente y más dinero. Y sabía donde conseguirlo...