Cuando vio a Santi aparecer por la puerta de llegada de aquella terminal tras dos años de su partida, Alicia se dio cuenta inmediatamente de que las mochilas más pesadas son aquellas que no se portan en la espalda sino recuerdos que se cargan a cuestas y de los cuales, aunque una persona así lo desee, no se puede deshacer con facilidad. Santi llegaba de Quito con poco más que una maleta, una guitarra y un cuerpo bronceado por el verano ecuatorial, cogido de la mano de aquella belleza tropical de la que tanto le había hablado por teléfono. Por fin la iba a conocer y era tan bella como la había imaginado en sus más dolientes pesadillas. Jenny era alta, casi tanto como él, y tenía una figura esbelta y grácil, eclipsada casi por completo por su desbordante sonrisa. Alicia sintió en aquel momento que el mundo se le venía abajo. ¿Por qué se había ido? La vida no era justa con ella....
El camino a casa de la familia de Santi se hizo eterno para ambos. Santi llegaba impaciente por ver de nuevo a todos aquellos que había dejado atrás y que tanto añoraba desde su partida. Sentado en el asiento del copiloto no podía contenerse a señalar con el dedo a través de los cristales para describir con recuerdos los pequeños rincones de Granada que tanto conocía en su niñez. Jenny fingía seguir el dedo de Santi a través de los cristales pero el trasiego del viaje le estaba pasando factura y sólo podía pensar en una cama y una buena comida. Entre tanta expectación Alicia mantenía sus ojos en el frente y la rigidez de su barbilla se alineaba junto con la seriedad cortés que mostraba hacia sus pasajeros. Sus manos agarraban firmes el volante, acariciando nerviosamente cada una de las estrías del protector negro que lo cubría; su conducción rozaba la temeridad y su cabeza apenas sí giraba hacia el lado donde se encontraba Santi. Y sólo una pregunta en la cabeza: "¿por qué no he podido olvidarte...?"
Una puerta se abrió mientras el coche aún intentaba detenerse. Santi, impaciente, ya había saltado de él y había iniciado una carrera hacia su madre que le esperaba con los brazos abiertos junto a su padre, que acababa de encender una de sus pipas. Desde lejos Alicia pudo atisbar una lágrima corriendo por la mejilla de Remedios, y entendió que cuatro años de ausencia son largos especialmente para una madre y un padre, y aguardó impaciente hasta oír esas palabras que sabía que le iban a destrozar el alma. Santi, todavía hiperexcitado por la situación, tardó unos segundos en descubrir tras de sí a su compañera de viaje, y cogiéndola de la mano, la acercó hacia sus padres: "Padre, madre, esta es Jennifer y es mi prometida". Ante tal noticia, sus caras cambiaron de la alegría al desconcierto y saludaron a su nueva invitada con una sonrisa que parecía cogida con pinzas, invitándola a pasar y ponerse cómoda.
Santi en ese momento dio la vuelta para descargar las pocas pertenencias que traían ambos de su viaje. Se encaminó hacia el maletero, lo abrió y se echó al hombro las mochilas y la guitarra, al tiempo que cogía con su mano derecha la maleta y con la única mano que le quedaba libre intentaba cerrar de nuevo la puerta trasera. "Ya lo cierro yo, no pasa nada. Ahora corre y disfruta de tu familia que tienen muchas ganas de estar contigo" señaló Alicia, que con un rápido gesto cerró la puerta. "Gracias por todo" dijo Santi, le dio dos besos y comenzó a andar hacia su puerta. Antes de entrar, sin embargo, Santi miró de nuevo a Alicia y con una sonrisa tierna le susurró: "¿Sabes? Ecuador es un paraíso, un sitio donde he vivido cuatro años y donde volvería con los ojos cerrados. Me ha dado todo lo que he podido desear, excepto las dos cosas por las que he vuelto. No podía vivir sin mi familia y, sobre todo, me dolía no poder vivir sin ti"...
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