Hoy he tenido uno de esos momentos remotos de felicidad plena. ¿Por qué? ¿Cuándo? Pues ambas respuesta no son relevantes en esta ocasión. Otra pregunta más. Déjeme explicarme, señor lector - o lectora - y lo entenderá por completo. ¿Nunca os ha pasado que, entre tribulaciones y desasosiego habéis levantado la vista y habéis reconocido algo familiar, algo que siempre está ahí pero a lo que nunca prestas atención? Un peluche que te recuerda a tu más tierna infancia, una caja de galletas holandesas ineludiblemente rellena con las más delicadas fibras y agujas, una abuela que te devuelve la mirada sorprendida sentada en el sofá. Distintas cosas y personas que forman parte de nuestro día a día, pero que reconocemos solamente cuando alguna neurona en nuestro cerebro decide ponerse a trabajar. Y hoy ha sido uno de esos días.
De repente, y es que las cosas importantes siempre pasan de repente, mi mente ha encontrado el nirvana en algo tan simple como un sobre de una carta. ¿Por qué estaba ese sobre encima de la mesa? Pues primero porque alguien tomó la molestia de enviarlo, aunque en esta ocasión sea una empresa eléctrica - siempre las que más se acuerdan de uno. Segundo, y más importante, porque soy demasiado vago para levantarme de la silla y depositarlo en uno de los cajones que disponemos en la casa para ese fin, y que viviendo en una casa de 70m2 no quedan, pongamos, a más de tres metros. Sí, ya lo sé, en materia de pereza si de verdad existe iré al infierno y lo tengo bien merecido.
Y allí estábamos el sobre y un servidor cuando noté cómo mi boca oscilaba intentando formar una sonrisa, mis mejillas se elevaban y mis ojos se achinaban sensiblemente. Comenzaba a sentirme feliz, como un escalofrío que sale de dentro afuera y se propaga con extrema velocidad. Lo último fue lo que realmente me consiguió sacar de mis casillas: supe que tenía en mi mente, sin pensarlo, la solución a uno de mis problemas. ¡Eureka! Y es que la felicidad y la creatividad suelen ir de la mano...