La genialidad siempre me ha sido esquiva, pero no por ello ha dejado de sorprenderme. ¿Quiénes están destinados a ella? ¿Y por qué? A veces imagino a Piccasso concibiendo en su mente la realidad como nadie antes, a Colón dibujando la curvatura del círculo o a Leónidas liderando una batalla minimalista. ¿No os ocurre? En ese momento miro mi reflejo en el espejo de mi alma y pienso en los miles de motivos por los que yo nunca he destacado en algo hasta el punto de convertirme en un capítulo obligatorio en cualquier libro de historia.
Pero luego recuerdo a mi abuela, que en paz descanse. Recuerdo menos sus años de madurez, pues yo estaba todavía muy tierno. Por aquel entonces yo era un chico de calle, un chiquillo de comidas y cenas, que encontraba su mayor tesoro en un balón perdido entre los arbustos del polideportivo, cuando lo había. Pero sus años de pura vejez, ese momento cuando la vida empieza a despedirse de ti lentamente, esos años los tengo grabados a fuego en mi memoria. Recuerdo cada uno de los golpes, achaques, dolores, impotencias y penumbras. Fueron malos tiempos, sin duda, que no desearía a nadie. Yo tuve suerte, porque mi abuela consiguió sacar de todos nosotros nuestra mejor sonrisa, aún cuando ella no tenía más que lágrimas. Fraguó su imagen ante la adversidad, dio cariño y siempre supo mostrar alegría, incluso en el postrero de sus días. Consiguió que sus bisnietos no la recordaran como la bisabuela de los dolores, sino como la bisabuela de los abrazos y los besos.
Como iba diciendo, hay veces en que pienso por qué no soy una persona importante en la historia... pero luego entiendo que las personas importantes, la mayoría de las veces, no aparecerán jamás en ningún libro.
Y entonces cierro los ojos y duermo tranquilo y feliz...
(G)