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No entendía que la locura compartida es el secreto de la felicidad...



No hay nada tan frustrante como la tecnología. Tener conexión con una persona y no poder ver su sonrisa, su miedo, su alegría, su enfado... Intentar dar un abrazo a través de un teclado, enhebrando palabra tras palabra para conseguir que reciba un poco del calor que no le puedes dar. Verte abocado a proyectar en tinta negra sobre fondo blanco todos los sentimientos que una simple mirada podría evidenciar en una fracción de segundo. Y saber que, pese a todo, no va a funcionar...


Fue la batería, en ese preciso momento, la que me impidió hacerle saber que ya no era una persona más en mi vida, sino "la persona" que tanto tiempo había buscado y anhelado. Nunca me di cuenta antes de que su sonrisa me impulsaba todos los días a ir a la universidad, porque sabía que allí me esperaría como siempre sentada en los escalones de la entrada. Que sus comentarios eran la parte importante de todas mis clases y sus chistes malos me hacían tanta gracia que ya no quería saber nada de comedia. No entendía que la locura compartida es el secreto de la felicidad y que, si es la persona correcta, te puede invadir lentamente hasta inundarte. Y que con la misma ligereza se puede perder esa felicidad....


La batería se despidió repentinamente y pude ver mi cara desencajada en el reflejo oscuro de la pantalla. Ya no tendría más oportunidades, más instantes. Los últimos meses habían sido extraños. y no había podido ser franco con ella. ¿Cómo podría? Con solo mirarme mis mejillas comenzaban una revolución, mis ojos buscaban el suelo con premura y mi corazón comenzaba un galope difícil de contener. Cuando la veía acercarse mis manos sufrían espasmos y mis pies no se quedaban atrás. Nunca nadie en la historia de la humanidad ha sufrido tantos esguinces verbales como yo cuando intentaba encadenar tres palabras seguidas en su presencia. ¡Qué difíciles son las más simples cosas de la vida! Yo quería ser sincero y decirle todo lo que tenía escondido aunque, cierto es, la llave de la caja de pandora estaba custodiada por el miedo. ¿Querría ella saberlo? ¿Habría alguna posibilidad de convertir mi sueño en realidad? No, no y no. Ninguna. Las novelas románticas son obras de ciencia ficción. Y punto.


Los superhéroes siempre salvan el mundo en el último suspiro, por eso la gente los admira. Quizá ser valiente no sea no tener miedo a las consecuencias, sino ser capaz de actuar aunque sea en el último segundo. Y yo, cobarde como el que más, había pulsado el botón de la videollamada sin siquiera pensar qué decir. Ring, ring...

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